He tenido la oportunidad de conocer a muchos ángeles y hay uno, -esperando que los demás no se sientan ofendidos si leen esto- que es mi preferido. Es un ángel particular, gruñón, muy gruñón, tremendamente gruñón. Nuestra relación empieza en el año 2 D.C (después de caminar). En el momento en el que yo estaba armando un castillo, llega él, diciéndome:"-¿Puedo?". "-Puedes", contesto yo. Así tuvo mi permiso y deseo de conocernos. Empezamos mal. Consideraba que mi castillo era precario y que cualquier olita lo derrumbaría. A los cinco minutos, existió la olita y el derrumbe. También me pareció escuchar una sonrisa socarrona; por suerte para él, evitó el remanido "Te lo dije", ya que una palita y un rastrillo pueden ser armas peligrosas.
Mantuvimos esa relación hasta mi ingreso al colegio. No lo percibí por esos días, supongo -y más que eso, estoy convencida- que no se hizo notar para que no lo despertara temprano, para que no lo peinara, le pusiera uniforme y sobre todo, para evitar aburrirse dentro de altas paredes llenas de sumas y restas y demás aprendizajes que nos convierten en aptos adultos independientes. Y digo esto porque, ¡Oh casualidad!, me gruñó al oído justo el día de mi graduación: "-¿Y ahora?" "-¿Y ahora qué?" fue mi respuesta y no en muy buen tono. “¿-Tú crees que ya estás lista para que no se derrumben tus castillos?". A partir de ahí usé mucho como respuesta la palabra quizás.
Una noche de esos días, estando en una sierra tuvimos una charla donde nos comprometimos a ponernos en el lugar del otro para intentar cambiar nuestro modo de relacionarnos. Para eso él se quitaría las alas y vería todo caminándolo. Yo inventaría la manera de volar. Después de mucho pensar me incliné por aprender ala deltismo (sé que hay maneras más altruistas de vuelo pero mataba dos pájaros de un tiro: tendría alas y haría ejercicio). El día de mi primer vuelo pleno, cuando estoy aterrizando, lo veo sentado en un llano, bajo mi manta de colores y amores, esperando. Ya casi llegando a él, le digo: “-No es fácil hacer lo que haces, ¡pero qué hermoso se siente!”. Abriéndome la manta, siento que me dice, “- Igual, Sonsoles, igual… "