La Diosa  

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Una montaña. Nada más necesitamos ella y yo que una montaña. En la alforja -la única que portamos- llevamos lo indispensable: agua fresca, pan, queso, frutos secos, una navaja, cerillas... Es suficiente. Somos apenas dos pequeñas peregrinas. Hijas de la Tierra. Honramos a la Diosa dentro y a ella, prestamos reverencia.

Preparamos el viaje. Andar donde se agita el viento, apoyadas por un camino de ripio, vamos. Se suceden las horas con nosotras, dos y dos. Por fin, encontramos los signos: las ramas secas para nuestro ritual que es, en realidad, ofrenda. Un fuego blanco. Ella en mis brazos mirará cómo arden las viejas ramas de antiguos otoños. Hoy soy mínima, toda verdor y temblor porque sus ojos, más verdes que la Sierra, están cargados de significados.

Somos aprendices. La montaña cede el paso y penetramos… nos hundimos en el río de fuego y los árboles se inclinan levemente.

El río cae desde peñascos más empinados. La Diosa es honrada. Trazamos un círculo en la tierra y dentro las hierbas que llevamos, las caracolas del mar y un guijarro que cambia de color. Malaquita verde… verde, como sus ojos verdes.

Nuestros cuerpos danzan y llueven estrellas. Caen en nuestras manos. El Arcón es invisible y está protegido, a buen resguardo. Todas las gemas del mundo permanecen intocadas. Nada se extravía de aquello que fuera y es nuestra pertenencia en el plano espiritual. La observo… llega de otro tiempo y entrecerrando los ojos veo en ella a la Diosa.

Veneramos el camino del retorno. Todas las señales son una y cargadas de otras voces, callamos...

This entry was posted on 7 de agosto de 2009 at 15:51 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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