28
mayo
La Montaña y la Muerte
Asciendo la Montaña con la cabeza inclinada, trabajosa y en silencio. Recogida sobre mí misma, aún sin descuartizar mis “yoes” y con todos los hilos replegados en mi interior. Busco la muerte de todas las que no soy.
La dureza de lo perdurable se encarga de todo. Las malezas y espinillos marcan la piel y la retienen para sí, como manos exigentes que imponen detenciones. Me detengo, pues, a escuchar aquello que reclama ser perentoria o apasionadamente, oído. El polvo quema los ojos, los labios se quiebran en finas líneas de sal y la nuca chorrea su sangre-agua.
La Montaña es humildad y aniquilación del Ego. La Muerte del “Yo”. Asesino las que fui en busca de las que soy.
Muerte y Montaña no permiten continuar subiendo sino a horcajadas, de cuclillas entre espinas, extendida entre abismos como picos; y nada, absolutamente nada, a qué asirse. Con la incertidumbre de segundos, eludo los precipicios que soy yo misma y todas mis sombras. Aprendo, por fin, la necesaria sensatez de ser imperceptible. La escalada final del Mago.
El amor (o aquello apenas sí concebible ) transfigura a esas criaturas oscuras que fuimos: orgullosas, veleidosas, plagadas de ruidos por dentro y fuera. Personajes impostados aplaudidos por una incauta platea que todo lo compra: baratijas versus guisantes. ( Las gemas auténticas no aparecen, ocultas y a resguardo del alma intrusa.)
Ignoro el atractivo de este engaño, pero el plato de guisantes aún vende y compra adeptos con una facilidad asombrosa y captadora. El falso “amor” delata a gritos su impostura: su cordialidad falsa, su aduladora presencia y su obsecuente final. Toda obsecuencia sucumbe y ése es su Destino. Sólo las criaturas mediocres son obsecuentes. Y éstas, en verdad, no aman.
La Maga lo sabe. Y continúa la ruta perforando la Montaña.
La dureza de lo perdurable se encarga de todo. Las malezas y espinillos marcan la piel y la retienen para sí, como manos exigentes que imponen detenciones. Me detengo, pues, a escuchar aquello que reclama ser perentoria o apasionadamente, oído. El polvo quema los ojos, los labios se quiebran en finas líneas de sal y la nuca chorrea su sangre-agua.
La Montaña es humildad y aniquilación del Ego. La Muerte del “Yo”. Asesino las que fui en busca de las que soy.
Muerte y Montaña no permiten continuar subiendo sino a horcajadas, de cuclillas entre espinas, extendida entre abismos como picos; y nada, absolutamente nada, a qué asirse. Con la incertidumbre de segundos, eludo los precipicios que soy yo misma y todas mis sombras. Aprendo, por fin, la necesaria sensatez de ser imperceptible. La escalada final del Mago.
El amor (o aquello apenas sí concebible ) transfigura a esas criaturas oscuras que fuimos: orgullosas, veleidosas, plagadas de ruidos por dentro y fuera. Personajes impostados aplaudidos por una incauta platea que todo lo compra: baratijas versus guisantes. ( Las gemas auténticas no aparecen, ocultas y a resguardo del alma intrusa.)
Ignoro el atractivo de este engaño, pero el plato de guisantes aún vende y compra adeptos con una facilidad asombrosa y captadora. El falso “amor” delata a gritos su impostura: su cordialidad falsa, su aduladora presencia y su obsecuente final. Toda obsecuencia sucumbe y ése es su Destino. Sólo las criaturas mediocres son obsecuentes. Y éstas, en verdad, no aman.
La Maga lo sabe. Y continúa la ruta perforando la Montaña.
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on 28 de mayo de 2009
at 7:46
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Amor,
Relato Lésbico
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